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Ante los nuevos tiempos de retrocesos de la CLASE OBRERA,perdida de derechos historicos,el envalentonamiento del capital,despues de la caida del estalinismo,la clase obrera se ve agredida por una burguesia cada vez mas insaciable ante el inmovilismo y falta de alternativa de nuestros partidos de izquierdas.Los instrumentos clasicos de defensa de los trabajadores,los sindicatos,han abandonado la posibilidad de la transformacion social y han hecho de los mismos meros aparatos de servicios y burocracia al servicio de unos espabilados,que en sus metas,esta el hacer del sindicalismo su profesion

CONTRA LA BUROCRACIA SINDICAL

CONTRA LA BUROCRACIA SINDICAL
POR UN SINDICALISMO COMBATIVO, DE CLASE Y DEMOCRATICO

domingo, 1 de febrero de 2009

BUENA PRENSA ( Segundo árticulo )

BELÉM FRENTE A DAVOS ( Carlos Taibo, profesor de Ciencia Politica en la Universidad Autónoma de Madrid )





Los últimos días de Enero son, desde un tiempo atrás, el momento en que se enfrentan dos visiones del mundo y de sus problemas: si la primera se revela en un cónclave paraoficial, en Davos, la segunda, el Foro Social Mundial, ha aterrizado este año en la ciudad brasileña de Belém.



Era inevitable que, como van las cosas, las dos reuniones se hiciesen eco de una crisis que está en todos los labios. En Davos, por lo pronto, hemos podido escuchar qué es lo que nos cuentan- luego de pagar los 40.000 euros por cabeza perceptivos para asistir a la reunión, una suma muy superior a la que ingresa a lo largo de toda su vida la mitad de la población del Planeta- los adalides del capitalismo, repartidos, si asi se quiere, en dos bandos. El primero bebe del odre neoliberal y en los hechos se contenta con sugerir que hay que cancelar ciertos abusos que han despuntado en los últimos tiempos. A estas alturas, distinguir el neoliberalismo de los abusos acompañantes se antoja, sin embargo, tarea propia de necios, tanto más cuanto el capitalismo realmente existente, incapaz de resolver sus problemas, promueve con descaro impresentables operaciones de reflotamiento de empresas realizadas con el dinero de todos.



Pese a las apariencias, a la segunda percepción, la Keynesiana, no le va mucho mejor. Recuérdese que los socialdemócratas de estas horas, tras acatar durante decenios la vulgata neoliberal, están pagando los platos rotos de la mano de restrincciones presupuestarias sin cuento. No es eso, con todo, lo importante: los Keynesianos de las últimas hornadas ignoran palmariamente que el planeta arrastra inapelables límites medioabientales y de recursos. Cuando apuestan a la desesperada por tirar por el consumo, cuando se inclinan por acometer la construcción de faraónicas infrastructuras que nadie sabe quién podrá emplear dentro de unos pocos años- tras la subida inevitable, antes o después, los precios de la energía- retratan bien a las claras los vicios del cortoplacismo que nos inunda. Sólo los más ingenuos creen, entre tanto, que semejante huida hacia delante econtrará su freno al amparo de un Kenysianismo verde que, hablando en serio, no se vislumbra en lugar alguno.



Pero olvidemos el hastío que produce Davos y evaluemos lo que nos llegá de Belém. EL momento para los movimientos que contestan la globalización Capitalista es, a la vez, estimulante y delicado. Si, por un lado, sus mensajes encuentran hoy un caldo de cultivo más amplio, por el otro, deben encarar una tramada estrategia de amendramiento que invita, desde las instancias oficiales, a renunciar a la protesta en provecho de la perservación de la relativa condición de privilegio de la que una parte de la población planetaria disfruta. Es verdad, por lo demás, que en los movimientos perviven diferencias importantes. Hay quienes piensan, por ejemplo, que la prioridad mayor sigue siendo engordar las redes de contestación y convertir estas en fermento de una sociedad distinta, como hay quienes estiman que lo que se impone es ejercer influencia sobre otros y, en particular, sobre gobiernos más o menos receptivos.



Más allá de esas disputas, los movimientos han asumido en los últimos meses una inequívoca radicalización que tiene su principal botón de muestra en el designio de transcender la contestación, a menudo demasiado cómoda, del neoliberalismo para acometer una crítica en toda regla de un Capitalismo que se considera, por una parte, generador de explotación e injusticia y, por la otra, promotor de salvajes agresiones contra el medio. En relación con la primera de estas dimensiones, nada se aleja más de la verdad que la afirmación de que el universo antiglobalizador está desafortunadamente lejos del MOVIMIENTO OBRERO. Mientras en muchos países del Sur el sindicalismo resistente se halla, claramente, del lado de ese Universo, en el Norte tenemos que preguntarnos si no son muy a menudo "" las cúpulas sindicales"" tradicionales las que, en una deriva lamentable, y tras aceptar lo inaceptable, han obligado a las redes antiglobalización a asumir un creciente protagonismo en las luchas contra las privatizaciones, el desempleo o el trabajo en precario.



Las cosas como fueren, la mayoria de las gentes que se han hecho presentes en Davos- por cierto que no hay motivos para concluir que entre ellas menudean los admiradores TONTORRONES DE OBAMA- son conscientes de que, junto a la crisis que hemos etiquetado de financiera, se aprecian otras tres singularmente preocupantes: se llaman cambio climático, encarecimiento de los combustibles fósiles y, en fin, sobrepoblación.



La urgencia de colocar en primer plano los problemas correspondientes ha estimulado, en los movimientos radicados en el Norte opulento, una activa discusión en lo que hace el crecimiento económico y sus presuntas bondades. La defensa de proyectos de franco decrecimiento va ganando terreno por momentos en un escenario en que la propuesta en cuestión se hace acompañar de un puñado de aditamentos: la defensa de la vida social frente a la lógica de la propiedad y el consumo, la postulación del reparto del trabajo- una vieja práctica sindical que ha caido en el olvido-la reducción del tamaño de muchas infraestructuras, la primacía de lo local sobre lo global y, en fin, la simplicidad y la sobriedad voluntarias.



Si las discusiones en torno al decrecimiento- un proyecto que acarrea una radical contestación de los catecismos neoliberal y Keynesiano- parecen llamados a ganar terreno, bueno es que dejemos constancia de una percepción que, en lo que respecta a las sociedades del Sur, despunta en muchos movimientos.

Esa percepción sugiere, con inevitable cautela, que ha llegado el mimento de sopesar si dejar a esas sociedades en paz, lejos de las aparentes bondades que procuramos endosarles, no será nuestra mejor contribución a su bienestar. Y es que sobran los datos que señalan que muchos de esos pueblos que calificamos de primitivos y atrasados guardan, como un arcano tesoro, algunas de las llaves que nos permitirán abandonar este triste edificio que habitamos, construidos con los materiales tan lamentables como el consumo desaforado, la explotación, la exclusión y, claro, el desprecio por lo que la naturaleza tuvo a bien regalarnos.

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